Psicología Infantil
La psicología infantil se ocupa de estudiar el comportamiento de l@s niñ@s desde su nacimiento hasta la adolescencia, abarcando su desarrollo físico, motor, cognitivo, conductual, perceptivo, afectivo y social. El objetivo es identificar y abordar posibles problemas que afecten su salud mental, ayudando a prever y resolver dificultades que puedan surgir en su crecimiento.
Desde el análisis, entendemos que el desarrollo infantil está atravesado por diversas influencias. Por un lado, el factor ambiental incluye la relación con los padres, amigos y otras figuras significativas, quienes juegan un papel crucial en la construcción del mundo interno del niño. Por otro lado, el factor biológico, determinado por la genética, también tiene un impacto importante, aunque no de manera determinista.
Es fundamental que los padres, o las personas encargadas de la crianza, aprendan a escuchar y responder a las necesidades emocionales de l@s niñ@s. En este proceso, la terapia puede ayudar a re-significar las vivencias familiares y sociales, promoviendo un entorno en el que el niño pueda desarrollarse de manera más libre y auténtica, sin tener que reprimir o tapar las faltas inherentes a toda existencia humana.
Venir a la vida es una experiencia que cada uno interpretará de manera diferente, pero lo que nos une es que estamos aquí, existiendo. Desde el comienzo, nuestra percepción del mundo es inconsciente. Según Lacan, el «Real» es esa dimensión de la realidad que escapa a nuestra comprensión consciente y se inscribe en el inconsciente. Este mundo, que al principio carece de sentido claro, poco a poco adquiere significantes a través de las impresiones que marcarán nuestra existencia.
Al inicio de la vida, estamos inmersos en lo inconsciente, viviendo sin una distinción clara de nosotros mismos. En esa etapa, cada individuo se siente uno con su cuidador primario, una experiencia de fusión total. Sin embargo, llega un momento en el que nos enfrentamos a una pregunta clave: ¿quién soy yo? Esto ocurre cuando, por primera vez, nos miramos en un espejo.
La experiencia del espejo, tal como la describe Lacan, es un punto de inflexión. Vemos una imagen que creemos que somos, pero a la vez es algo ajeno. Nos reconocemos, pero también sentimos una extraña conexión con esa figura que nos devuelve la mirada y se mueve al mismo tiempo que nosotros. Esta experiencia, que ocurre hacia los 6 a 18 meses de vida, es fundamental en la construcción de nuestro «yo», aunque todavía no comprendemos plenamente lo que significa ser un individuo separado.
Aproximadamente después del primer año y medio, el mundo comienza a adquirir cierta claridad. En este punto, nos sentimos vulnerables, y con ello, surge la ansiedad de separarnos de los seres que amamos o de perderlos. Nos aferramos a ellos para sentirnos seguros. Entre los tres y cuatro años, empezamos a vernos como individuos, con la capacidad de inventar historias y explorar nuestro entorno. Aquí comienza la formación de nuestro carácter.
En esta etapa, probamos los límites de nuestros cuidadores. Nos preguntamos hasta dónde llega su paciencia y qué tan lejos podemos llegar antes de que nos impongan límites. Estos límites son fundamentales, ya que nos organizan, nos estructuran, y nos enseñan a controlar nuestros impulsos. El carácter, entonces, depende de cómo percibimos y experimentamos estas primeras interacciones. Las impresiones inconscientes que vivimos en nuestros primeros tres años de vida marcan profundamente nuestros miedos, inseguridades, deseos y metas.
La infancia, al menos hasta los siete años, es un período crucial en el que es ideal que los niños se mantengan activos en un ambiente familiar organizado y acogedor. Sabemos que la familia está atravesada por factores sociales, económicos y culturales que influyen en su dinámica, y es en este contexto que se forja el carácter del niño y aprende a controlar sus impulsos.
Conforme crecemos, nuestro entendimiento del mundo cambia. La vida psíquica y física comienzan a separarse, y nuestras acciones empiezan a tener consecuencias que debemos comprender y asumir. Entre los 10 y 11 años, nos enfrentamos a preguntas importantes: ¿cómo deberíamos ser? ¿Qué quiere el mundo de nosotros? entre otras, estas preguntas, en algunos casos, pueden ser angustiantes, pero son esenciales para el desarrollo de nuestra identidad.
Entre los 8 y los 10 u 11 años, el niño comienza a desarrollar una mayor conciencia de sí mismo y de los demás. Es en este momento cuando empieza a percibir a sus cuidadores primarios, ya no como figuras ideales y perfectas, sino como otros seres humanos con fallas, seres «en falta», como lo diría Lacan. Este reconocimiento puede ser perturbador, ya que desvela que nuestros cuidadores no lo pueden todo, que también son vulnerables y limitados.
En este proceso, para algunos surge una brecha importante: aceptar esta falta como una parte inevitable de la existencia o, por el contrario, luchar contra ella, intentando tapar ese vacío a lo largo de la vida, lo cual puede llevar a diferentes formas de sufrimiento psíquico, como la negación o la compulsión por distintos factores.
Es por esto que resulta fundamental trabajar en un espacio familiar que brinde apoyo y estructura. La familia, como organizadora y fundamento, puede ofrecer un marco que permita al niño enfrentar esta realidad de manera más saludable, ayudándole a integrar las faltas propias y ajenas sin intentar negarlas o saturarlas, sino aceptándolas como parte del ser humano que somos y del que nos estamos construyendo.